jueves, 14 de agosto de 2014

Historias de la niña enojada. III) Un gato

Una vez prometió que me traería un gato. Posiblemente sólo eso tendría para darme.
Ya estaba enfermo y vagaba por las calles que rodeaban mi escuela. A veces lo veía arropado bajo los techos de las tiendas, como un bicho. Desde hacía varios años no vivía en casa y nunca llevaba nada, aunque a veces nos robaba. Por eso todos estábamos expectantes de su llegada con el gato. Un sorpresivo gesto de ternura, un extravagante acercamiento al mundo de los niños y sus mascotas, un gesto paternal, un signo.
La tarde era cálida y por la puerta abierta de la cocina llegaba desde el fondo el perfume de los azahares del limonero. Supongo que me habrán vestido para aquel momento. Él tenía prohibido entrar a la casa pero dado que me traería el gato lo dejarían pasar un momento.
Era extraño. Él y el momento.
Yo imaginaba al gatito. Suave, blanquito, peludito.
Sobre la mesa de madera mi madre colocó una frazada vieja.
Al rato golpearon a la puerta y por el largo corredor lo vi venir hacia la cocina con una caja en sus manos. La apoyó sobre la mesa y la abrió.
Un enorme gato de color impreciso asomó su cabeza enloquecido y saltó de la caja perdiéndose, en una turba de gruñidos y aullidos, por la puerta de la cocina, rumbo al fondo.
Nunca lo volvimos a ver.
Permanecimos unos segundos aturdidos, mirando hacia afuera, intentando entender qué había sucedido.
Así fue el gato que él me regaló una vez.


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