lunes, 15 de diciembre de 2008

La camiseta

La camiseta del colegio más caro de Montevideo está gastada. La tiran a la basura. O la regalan a la empleada doméstica. O la dejan en el contenedor en una bolsita separada de los restos de comida. O la donan a una ong. O se la dan al que golpeó la puerta.
La camiseta del colegio más caro de Montevideo sobrevive porque es de buen algodón.
Un niño sube a vender pastillas de menta en el ómnibus. Luce, limpia y vieja, la camiseta del colegio más caro de Montevideo. Sobre el bolsillo, bordado en hilo verde, el escudo del colegio promociona el derrotero de la injusticia.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Fotografías

Hace algunos días me invitaron a facebook. Fue una experiencia inusual. En menos de una semana tenía algo así como veinte amigos. Más de lo que he logrado en cuarenta años de existencia. Todos ellos cuelgan sus fotografías y las comparten. Busco alguna foto digital y sólo encuentro una en la que estoy con Jorge en la puerta de un teatro. Nos la tomó el fotógrafo de la obra y realmente estamos muy guapos, peinaditos, bien iluminados, hasta casi sonrientes. La cuelgo para compartir, para no parecer malhumorada. Inmediatamente comienzo a sentir deseos de bajarme de facebook, ¿qué hago en ésta red? ¿cómo hago para subir las veinte fotos que guardo, amarillentas, en una bolsita de nylon dentro del baúl? ¿Las scaneo? Es que son tan viejas.
Luego comento una foto que publica una conocida y recibo un correo de un amigo de esa conocida, que se siente con derecho a intervenir, y me comenta que debo tener OJO con lo que publico porque puede leerlo una amiga de la amiga de su amiga y mi comentario podría ser desagradable. Cada vez deseo con más fuerzas bajarme del facebook hasta que me bajo. El programa me pregunta por qué y elijo una de las opciones que él mismo brinda. Siento algo de pena los primeros días, nunca perdí 20 amigos en tan poco tiempo. ¿Qué será de ellos? ¿Dónde estará ahora la foto que publiqué?.

Todo ésto en realidad para hablar de las fotografías. Me cansa tanto mirar fotografías. De cientos y cientos de fotografías solo algunas pocas me resultan atractivas. Siento lo que Barthes explica en La Cámara Lúcida, un libro que escribió al poco tiempo de morir su madre mientras buscaba una fotografía que le hiciera mérito al recuerdo que él tenía de ella. Y no la encontraba porque todas las fotos eran parecidas, porque casi ninguna foto tenía lo que él llama "pinchazo" o "flecha". Algo que sale de la foto y que realmente nos coloca en el lugar de la emoción, en el lugar de constatar que "esto ha sido", ha sido aunque yo todavía no había nacido, ha sido aunque yo no conozca ese lugar, ha sido aunque yo no sepa quienes son los retratados. Una experiencia temporal, una experiencia de memoria onto y filogenética. Fotografías que nos sacuden, no necesariamente porque muestren algo tremendo o doloroso, ese dolor políticamente correcto, ese dolor aprendido por pertenecer a una sociedad, a un tiempo, a una cultura. Otro dolor, un dolor particular, una sensación de estar tocando, al mirar la fotografía, una zona de nuestra sensibilidad adormecida.

Debería scanear la fotografía de mi madre, en la que tiene veinte años y está en la quinta de mi bisabuela tomando con una mano la rama de un laurel?. Es una foto tan vieja, tan arrugada...Jorge le puso un marquito y ahora está escondida entre mil objetos en la estantería de los libros. En esa foto amarillenta mi madre joven sonríe, su pequeña cintura, su gesto fresco, su pollera floreada...Pocos, mucho menos que veinte amigos podrán entender por qué tendría yo que colgar esa vieja foto en el facebook.

Debería scanear la fotografía de mi hermano recostado en un fusca a sus veinte años? Con su campera de jean en la calle de belvedere? O la de mi otro hermano, fumando frente a una computadora en el banco de crédito, allá por los años ochenta, con su remerita marrón ajustada?
O la que tomamos con la polaroid bajo la escalera de casa y que muestra en uno de los escalones, colocados derechitos y lustrados, los zapatos del trabajo de mi hermano. Y detrás de la escalera la pared descascarada. Y todos nosotros con sonrisas ásperas, como si nos faltaran algunos dientes y no quisiéramos que se notara. Y sin como si.

O la foto en que estoy colgada en la varanda de madera, allá en el morro, mirando la laguna.
O la foto en la que tengo menos de un año y mis tres hermanos con gorritos de cumpleaños me rodean sobre una cama de matrimonio?

No es posible. No puedo. Mis fotos. Mis fotitos.
Algún amigo hay para compartirlas. Muy pocos.
Chau facebook. Como me dijo alguien una vez: demasiado pop para vos.

domingo, 12 de octubre de 2008

En octubre

En octubre no recuerdo si los durazneros y ciruelos del fondo ya habían florecido . La parra seguro estaba mustia, colgada entre los hierros de la verja que rodeaba el balconcito y el gallinero ya sin bichos. En octubre no recuerdo si el limonero todavía tenía frutos, si el pomelo continuaba engañándonos con ser un naranjero, ni si el níspero ya me había rozado con sus hojas de araña vegetal. No recuerdo, tampoco, cómo era exactamente el camino de los árboles por los que tantas veces anduve.

Recuerdo sí, siempre, las flores allá al final del fondo, las flores amarillas de largos tallos duros, como calas, que crecían en octubre y de las que mi madre decía con seriedad de fabuladora experta: nacen para tu cumpleaños.

Y las poníamos en un frasco con agua, sobre el mantel de hule, y todo parecía hecho especialmente para mi, como si la naturaleza me regalara cada 29 de octubre un ramo de flores. Flores que nunca volví a ver, flores contra el alambrado al final del fondo de mi infancia.
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Un octubre vino. Faltarían pocos días para mis quince años. Le abrieron la puerta de calle pero lo dejaron esperando en el descansillo, antes de la puerta cancel con cortinas de voile anaranjado. Él no podía entrar a la casa. Desde que yo tenía un año él no podía entrar a la casa. Vino y pidió para hablar conmigo. Alguien me avisó, talvez mi madre: quiere hablar contigo. Y yo fuí hasta la puerta . Lo recuerdo joven y viejo al mismo tiempo; gris, cansado y extraño. Dijo: te traeré un regalo. No sé que más. Dijo eso, te traeré un regalo. Nunca lo besé, nunca lo toqué, nunca lo abracé. Jamás. Lo ví cientos de veces en la calle, en las entradas de los comercios cerrados de Carlos María Ramírez; lo ví cientos de veces como un bulto; lo ví cientos de veces esperando que no me llamara, que no me mirara, que no me diera tanta vergüenza, ni tanto miedo triste. Nunca nos acercamos. Soñaba que hubiera una equivocación, especulaba secuestros, adopciones, errores hospitalarios que explicaran algún día el error de nuestro lazo intenso e invisible. Aún no ha llegado la confirmación de eso; es más, cada día que pasa siento con más certeza que aquel hombre abandonado y abandonante era el verdadero, que no hay otro.
El regalo no llegó. ¿Lo espero todavía? Quien sabe. Voy a cumplir cuarenta en pocos días...Habrá comprado el regalo y lo habrá perdido? Qué sería? En octubre siempre pienso cómo habría sido si él me hubiese traido aquel regalo.
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viernes, 3 de octubre de 2008

Humo

Como un vacío. Como un blanco. Como si hubiese humo. Como oxidado. Como espeso. Como trancado. Como si estuviera ahí escondido pero no saliera, se negara a salir. Y la convicción de que alguna vez estuvo fuera, lleno, fresco, destrancado y hoy está así, ¿cómo? y no poder explicarlo. No tener palabras para esta distancia, esta dificultad, esta tristeza, este miedo, esta sensación de que dentro de la cabeza se coló un bicho que mueve las alas y enreda las neuronas. Y a veces duerme, el bicho, y el agua corre, y las ideas fluyen. Pero las más veces está despierto, en ocasiones aleteando con desgano, otras con esmero, desesperadamente, tirando las estanterías, desordenándolo todo. Podría buscar nombres parecidos pero me asustan, así que lo dejo ahí, como si su anonimato me salvara. Una bocanada de aire de palabras.

lunes, 19 de mayo de 2008

Balcones

Iba por el viernes con el sobre amarillo. Dejó pasar la roja. Cruzó de medias agujereadas. Llegó a la oficina asustando a las computadoras con su virus cordial, maligno y descortés. El sobre llegó igual. Lacrado, cerrado y amarillo. Ella también. Pero no tanto.

Me asombra ir por la rambla de Pocitos y constatar que en cientos y cientos de balcones no hay gente. Busco a alguien. Me pregunto, habrá alguien que alquiló ese apartamento frente al río y cuando supo que tenía terraza o balcón pensó "miraré el río desde el balcón"; pero, nadie. Paso de mañana, de tarde, de noche, y en los cientos y cientos de balcones no veo a nadie, o esporádicamente a una persona, a dos, a muy pocos. Supongo que en la noche de las luces habrá más gente, supongo que habrá momentos, cuando yo no paso, que todos saldrán a los balcones a respirar hondo, a hundirse en el perfume salobre de peces grises, en el atardecer rojo, en alguna fantástica maravilla de las que ofrece el mundo a los que tienen balcones frente al río, o terrazas con sillones reclinables y plantas verdes y cortinas blancas y vidrios limpiados por señoras de cofia. Supongo. Supongo que para algo será que están allí, colgando, esos balcones. Y que por eso inciden en el precio de los alquileres los balcones; y que por algo encarecen la vida los balcones. No será para que cuelguen ahí, como nichos, no será, digo. Yo, con mi resentimiento enorme, con mis ganas de casa, fondo, jardín, balcón, no puedo menos que mirar todos los días esperando el sentido del despilfarro, el sentido de la vanidad de tener una terraza de cinco metros por cinco colgada frente al río de la plata solamente para poner una mesita de cerámica con un potiche pintado por un indio en méxico traído de un viaje a cancun y no salir nunca, nunca, por lo menos no salir cuando yo paso, al menos para reconfortarme algún día con un gesto que diga: este balcón que tengo y que disfruto y que no es tuyo. Pero están vacíos. Como las casas vacías que nadie alquila. Como los campos vacíos que nadie siembra. Como los balnearios repletos de piscinas que esperan tapadas un verano de tres meses. Como las bibliotecas repletas de libros que nadie lee. Como los roperos tupidos de ropa que ya no usan. Tanta ostentación...Estoy furiosa porque ando buscando una lugar bonito para vivir y no lo puedo pagar. No solo lo bonito, sencillamente lo decoroso cuesta más que tres sueldos de los que gano hoy y me molesta.
Siento ganas de pelear. De batirme en duelo por un balcón, un fondo con pinos. De ganar un jardín a golpes de puño. De asaltar los balcones vacíos con tomates podridos hasta que se vayan y yo subir entonces a ocupar el sitio que merezco, ¿merezco?, solo por una cuestión de amor a mi estilo. Ellos sabrán sus razones y yo las mías. Yo tendré que permanecer ahí, fumando, mirando el río, pensando por qué todas las personas que pasan por la calle van tan tristes, tan calladas. Y verme allá abajo, pasando sin balcón.

martes, 29 de abril de 2008

Desde los tilos hasta esta noche

Estoy entusiasmada con este asunto del blog. Todos los días lo abro y le hago retoques como si fuera una casa nueva a la que uno le va poniendo cortinas y cuadritos en las paredes. Entro y lo miro, ya no esperando alguna respuesta que como dije es prácticamente imposible que suceda (aunque he de decir que justamente esa entrega a la fortuna es lo que más me estimula), entro para verlo y pensar si sería más bonito que tuviera otra foto, otro color, otra letra y si talvez, la persona aquella que espero que lo encuentre, lo sentirá como un lugar acogedor donde quedarse un rato o como una de esas salas parecidas al comedor de mis abuelos. Era un lugar oscuro a donde nadie jamás entraba - allí recuerdo haber preparado mis exámenes de quinto humanístico hace muchos años - con unos muebles de madera oscura, lustrosa y patas torneadas por algún carpintero de Belvedere con ambiciones artísticas. Pasábamos por él para ir hasta el baño, pasaba por él para ir a mi dormitorio al fondo de la casa, pero nunca estábamos ahí porque no daban ganas. Estudié allí muy bien, en un silencio sobrecogedor como de iglesia, pero cuando terminaba de hacerlo recuerdo que salía corriendo hacia el jardín. A veces ya anochecía. Mi abuelo regaba; era un lugar hormigoneado con grandes canteros alrededor donde aquel viejo descendiente de tanos agricultores plantaba todo lo que podía: rosas, mates, orégano, jazmines, malva, tomillo, tomates, choclos, ruda. El agua de la regadera despertaba el perfume de todas aquellas plantas singulares, una inusitada colección quien sabe con qué similitud escondida (como la de los animales que Borges dice haber encontrado en una Enciclopedia China y que cita Eco en Las palabras y las cosas). Las regaba y yo lo acompañaba porque me encantaba estar cerca de aquel hombre de cabellos grises, ojos celestes y manos tan gruesas y ásperas como la corteza de un árbol antiguo; el hombre que me preparaba por las mañanas, antes de ir a los exámenes, el más rico café con leche que he tomado en mi vida. A veces durante el día, agobiada por tanta literatura o filosofía al estilo educación media, también tenía que salir de aquella sala y me sentaba a la puerta de la casa de Tati, bajo los tilos. Bajo los tilos que él había plantado estudié muchas tardes del diciembre del 85, a menos de un año de haber muerto mi madre, la hija de Tati; y los tilos me tranquilizaban, o yo así lo creía. Pero el comedor...el comedor...quisiera que este blog fuera para el que lo encuentre más como un tilo, más como las manos de mi abuelo, más como la ruda mojada mezclada con los jazmines de diciembre, mucho más que aquel comedor oscuro donde estudié cosas que ya olvidé.
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La vanidad me resulta particularmente llamativa. Veo a mi alrededor a personas que simulan uno cierto abandono humilde, una cierta resistencia a vanagloriarse, una particular y enojosa manera de parecer sencillos, gente que...no puedo decirlo mejor que parafraseándolo, confiesan pecados pero no infamias, confiesan violencias pero no cobardías. Y como no hay peor cosa que partir algo que es bello entero, acá va su Poema en Línea Recta, para todos nosotros, semidioses.
Poema Línea Recta
"Nunca conocí a alquien a quien le hubiesen dado bofetadas.
Todos mis conocidos son campeones en todo.

Y yo, tantas veces bajo, tantas veces guarro, tantas veces vil,
yo tantas veces irreplicablement parásito,
indisculpablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para bañarme,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he ocultado los pies públicamente en las alfombras de la etiqueta,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido afrentas y callado,
que cuando no he callado, he sido más ridículo aún;
yo que les he sido cómico a las criadas de hotel,
yo, que he sentido el guiñar de ojos de los mozos recaderos,
yo, que he hecho vergüenzas financieras, pedido prestado sin pagar,
yo que, cuando la hora del puñetazo surgió, me he agachado
hacia afuera de la posibilidad del puñetazo;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
yo verifico que no tengo par en todo esto en este mundo.

Toda la gente que yo conozco y que se habla conmigo
nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió afrentas,
nunca fue sino un príncipe - todos ellos príncipes - en la vida...
¡Quién me diera oír de alguien la voz humana
que confesase no un pecado, sino una infamia;
que contase, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos lo Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que una vez fue vil,
Oh príncipes, hermanos míos,

¡coño, estoy harto de semidiosees!
¿En dónde hay gente en el mundo?

¿Así que soy solo yo que soy vil y erróneo en esta tierra?

Podrán las mujeres no haberlos amado,
pueden haber sido traicionados - ¡pero ridículos nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado,
¿Cómo puedo yo hablar con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza."

Fernando Pessoa

El sentido

Crear un blog fue un pretexto extraño para volver a encontrar a ciertas personas que dejé de ver hace tiempo. No son personas particulares, con un nombre y un apellido, aunque también pueden serlo; son más bien cierto tipo de personas que conocí una vez y de las que luego me alejé. He mantenido una distancia, al principio prudente, luego más contundente, finalmente absoluta con un mundo que formó parte alguna vez de lo que era mi vida: noche, encuentros, hablar de poesía y filosofía, música y poesía, qué se yo. No puedo determinar exactamente los motivos, o podría talvez si escribiera muchísimas, muchísimas páginas, pero he de decir que el rasgo que más me caracteriza desde hace bastante tiempo es la pereza. Creo que de los capitales, y no porque me importe mucho el juicio de una religión con la que no comulgo, el pecado que más me distingue es la pereza. Ahora lo digo con seriedad y hasta tristeza, aunque durante mucho tiempo costó aceptarlo. Parece un pecado tan poco atractivo, tan falto de sensualidad; no puedo imaginar a dónde colocan en el infierno a un perezoso. Un perezoso es alguien que pudo pero no quiso, pero en vez de decir "no quiero" dijo "no puedo", o en vez de decir "me da pereza" dijo "me da tristeza". He dejado de hacer innumerables cosas, entre ellas dejar de ver gente, de llamarla, de contactarla, de encontrarla, sólo por pereza. Claro, puedo alguien interpretar en mi comportamiento motivaciones más complejas: depresión, miedo a la pérdida, quien sabe, hay bastantes psicología en el asunto, pero el resultado es que, a la hora de levantar el teléfono o de tomar un ómnibus o de hacer algo, yo prefiero quedarme sentada acá pensando...no, mentira, casi sin pensar, dejándome ir. Claro, este asunto de las relaciones, los vínculos, a la larga contamina toda la vida; en definitiva el rasgo más llamativo, sobresaliente y que genera un verdadero plus en la vida de los hombres es la colaboración, el diálogo, la comunicación, y mantenerse al costado ocasiona pérdidas en todos los frentes, no solo emocionales, también laborales, domésticos, profesionales, y un largo etcétera que tengo pereza de enumerar. Bueno, lo cierto es que he percibido, debo ser bastante ingenuapor no haberlo pensado antes, que no voy a recibir ninguna respuesta en el blog si no aviso a alguien que lo tengo o si no me meto a otros blogs para participar; es decir, también cibernéticamente es necesaria la participación para obtener alguna respuesta del mundo. Creo que esperaba, como espero casi todo, que sucediera una suerte de milagro de azar que hiciera que, por no se cuales medios o motivos, ciertas personas del mundo encontraran mi blog y quisieran intercambiar con él alguna cosa, y yo así, reunirlos nuevamente en este lugar tan poco definido. Visto que esto no sucederá, o que sería muy extraordinario que sucediera, voy a ver qué hago, tengo tanto cansancio...diría Pessoa "siempre una cosa tan inútil como la otra, siempre lo imposible tan estúpido como lo real".
Si fuera por mi, leería todos los días La Tabaquería , sólo para comprobar que alguien entendió esto de lo que hablo: mural.uv.es/jocaji/pessoa.html

lunes, 28 de abril de 2008

Violencia

La noticia del tal Fritzl, el austríaco que secuestró a su hija durante 24 años, no me causó sorpresa. Si leíste a Tomas Bernhard no te causa sorpresa. La violencia que describe T.B anticipa esa locura, agazapada entre las montañas, rodeando a los buenos vecinos de un pueblo de casas grandes y jardines frondosos. La tranquilidad prendida con alfileres, la bonomía enmascarando el sadismo, la familia escondiendo secretos, secretos de lascivia, secretos de incesto, de tabúes rotos y leyes corrompidas. No me causó sorpresa pero igual, igual que al leer a TB, sentí miedo del hombre, del Hombre. Más que miedo, asco, nausea. Ganas de estar "lejos y sola pero completamente armada". Cómo se llama la ciudad donde vivía el hombre? Amstetten. Altensam la de Corrección de T.Bernhard. Unos días después encontré esta foto, además de que los gatos me parecen unos animales bellísimos me pregunté ¿quién tomó la foto?, a quién se le ocurrió el chiste?. Y después quise sacar la foto porque pensé estar haciendo apología de lo que justamente criticaba y no sé cómo mierda sacarla. Apenas encuentre el modo la saco. O queda ahí, quien sabe para qué.

sábado, 26 de abril de 2008

Ambulantes

Ayer subí al ómnibus y había un viejo, muy viejo, vendiendo innumerables artículos. Llevaba a cuestas una gigantesca tabla de la que colgaban pañuelos de papel, gomitas para el pelo, barajas españolas, hilos y agujas de coser, pastillas y caramelos, tijeras, pilas, curitas, peines, alicates...Se recostaba contra uno de los asientos, intentando mantener el equilibrio, con su tabla, en las curvas del camino;, como un surfista, un surfista anciano en un mar embravecido. Como apenas tenía dientes era difícil entender lo que decía pero todo lo vendía, según él, más barato que en los kioskos, a la mitad del precio del mercado.

Cuando el viejo bajó, en la misma parada, subió el payaso. Joven, también sin dientes, vestido de negro, con lentes sin vidrio y gran sonrisa. Se metió con la gente y leyó un informativo que llevaba escrito: "el dolar no subió, sigue costando un dolar", "a continuación los precios de la bolsa: bolsa de nylon $ 2, bolsa de arpillera $ 5...", y así, entre carnavalero y juguetón. Pasó la gorra y bajó.

Bajó y ahí, en la misma parada subió el violinista. Un rubio integrante del grupo Los Casal que a menudo he visto en los ómnibus tocando la flauta subió esta vez con su violín. Se fue del ómnibus con su ritmo gallego y dejó en el aire una tristeza. Una tristeza de violín/payaso/viejo, una tristeza de que la caña sepa a agua y sigamos así, a la deriva.