lunes, 19 de mayo de 2008

Balcones

Iba por el viernes con el sobre amarillo. Dejó pasar la roja. Cruzó de medias agujereadas. Llegó a la oficina asustando a las computadoras con su virus cordial, maligno y descortés. El sobre llegó igual. Lacrado, cerrado y amarillo. Ella también. Pero no tanto.

Me asombra ir por la rambla de Pocitos y constatar que en cientos y cientos de balcones no hay gente. Busco a alguien. Me pregunto, habrá alguien que alquiló ese apartamento frente al río y cuando supo que tenía terraza o balcón pensó "miraré el río desde el balcón"; pero, nadie. Paso de mañana, de tarde, de noche, y en los cientos y cientos de balcones no veo a nadie, o esporádicamente a una persona, a dos, a muy pocos. Supongo que en la noche de las luces habrá más gente, supongo que habrá momentos, cuando yo no paso, que todos saldrán a los balcones a respirar hondo, a hundirse en el perfume salobre de peces grises, en el atardecer rojo, en alguna fantástica maravilla de las que ofrece el mundo a los que tienen balcones frente al río, o terrazas con sillones reclinables y plantas verdes y cortinas blancas y vidrios limpiados por señoras de cofia. Supongo. Supongo que para algo será que están allí, colgando, esos balcones. Y que por eso inciden en el precio de los alquileres los balcones; y que por algo encarecen la vida los balcones. No será para que cuelguen ahí, como nichos, no será, digo. Yo, con mi resentimiento enorme, con mis ganas de casa, fondo, jardín, balcón, no puedo menos que mirar todos los días esperando el sentido del despilfarro, el sentido de la vanidad de tener una terraza de cinco metros por cinco colgada frente al río de la plata solamente para poner una mesita de cerámica con un potiche pintado por un indio en méxico traído de un viaje a cancun y no salir nunca, nunca, por lo menos no salir cuando yo paso, al menos para reconfortarme algún día con un gesto que diga: este balcón que tengo y que disfruto y que no es tuyo. Pero están vacíos. Como las casas vacías que nadie alquila. Como los campos vacíos que nadie siembra. Como los balnearios repletos de piscinas que esperan tapadas un verano de tres meses. Como las bibliotecas repletas de libros que nadie lee. Como los roperos tupidos de ropa que ya no usan. Tanta ostentación...Estoy furiosa porque ando buscando una lugar bonito para vivir y no lo puedo pagar. No solo lo bonito, sencillamente lo decoroso cuesta más que tres sueldos de los que gano hoy y me molesta.
Siento ganas de pelear. De batirme en duelo por un balcón, un fondo con pinos. De ganar un jardín a golpes de puño. De asaltar los balcones vacíos con tomates podridos hasta que se vayan y yo subir entonces a ocupar el sitio que merezco, ¿merezco?, solo por una cuestión de amor a mi estilo. Ellos sabrán sus razones y yo las mías. Yo tendré que permanecer ahí, fumando, mirando el río, pensando por qué todas las personas que pasan por la calle van tan tristes, tan calladas. Y verme allá abajo, pasando sin balcón.