Ayer subí al ómnibus y había un viejo, muy viejo, vendiendo innumerables artículos. Llevaba a cuestas una gigantesca tabla de la que colgaban pañuelos de papel, gomitas para el pelo, barajas españolas, hilos y agujas de coser, pastillas y caramelos, tijeras, pilas, curitas, peines, alicates...Se recostaba contra uno de los asientos, intentando mantener el equilibrio, con su tabla, en las curvas del camino;, como un surfista, un surfista anciano en un mar embravecido. Como apenas tenía dientes era difícil entender lo que decía pero todo lo vendía, según él, más barato que en los kioskos, a la mitad del precio del mercado.
Cuando el viejo bajó, en la misma parada, subió el payaso. Joven, también sin dientes, vestido de negro, con lentes sin vidrio y gran sonrisa. Se metió con la gente y leyó un informativo que llevaba escrito: "el dolar no subió, sigue costando un dolar", "a continuación los precios de la bolsa: bolsa de nylon $ 2, bolsa de arpillera $ 5...", y así, entre carnavalero y juguetón. Pasó la gorra y bajó.
Bajó y ahí, en la misma parada subió el violinista. Un rubio integrante del grupo Los Casal que a menudo he visto en los ómnibus tocando la flauta subió esta vez con su violín. Se fue del ómnibus con su ritmo gallego y dejó en el aire una tristeza. Una tristeza de violín/payaso/viejo, una tristeza de que la caña sepa a agua y sigamos así, a la deriva.
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