Pero
Tenía
dos bombachas y un orgullo enorme. Por las noches colgaba la rosada
en la ventanita del baño para que se secara. Además, tenía trece
años, un enamorado con moto que dejaba flores en la puerta de casa
todas las mañanas y una madre que escondía el vino atrás de la
cortinilla de la cocina, al lado de los detergentes.
Pero
más que nada, tenía un orgullo enorme.
Lo
besaba a la vuelta del liceo pero no me gustaba el olor de su piel.
Pero las flores eran robadas de jardines vecinos, y rojas, y yo me
las colgaba del pelo y me reía.
Pero
nadie debía descubrir lo de las dos bombachas. Y el cabello debía
ir tirante y prolijo, la camisa del uniforme blanca con su pollera
planchada, los títulos subrayados. Y el elástico estirado sostenido
en la cintura con el de la pollera.
Ella
estaba enferma. Pero los domingos hacíamos guiso de mondongo y
venían todos a comer. Y nadie descorría la cortinilla de la cocina.
Y me preguntaban por las notas y yo les respondía que las más
altas. Y ella insistía: es la mejor de la clase. Pero después se
iban.
Y
esa noche colgábamos la blanca en la ventanita del baño.
A
veces llovía.
Pero
mi madre me besaba, me arreglaba la camisa y al llegar a la esquina
volteaba y la veía haciéndome adiós con la mano levantada. Yo
sentía la bombacha húmeda contra las nalgas. Pero ese día teníamos
Literatura.
Y
los días fueron pasando.
Pasó
hace mucho
Pero